Cuando Narciso murió, llegaron las Oréades –diosas del bosque- y vieron el lago trasformado, de un lago de agua dulce que era, en un cántaro de lágrimas saladas.
-¿Por qué lloras? –le preguntaron las Oréades.
-Lloro por Narciso –repuso el lago.
-¡Ah, no nos asombra que llores por Narciso! –prosiguieron ellas-. Al fin y al cabo, a pesar de que nosotras siempre corríamos tras él por el bosque, tú eras el único que tenía la oportunidad de contemplar de cerca su belleza.
-¿Pero Narciso era bello? –preguntó el lago.
-¿Quién si no tú podría saberlo? – respondieron, sorprendidas, las Oréades-. En definitiva, era en tus márgenes donde él se inclinaba para contemplarse todos los días.
El lago permaneció en silencio unos instantes. Finalmente dijo:
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